lunes

Gizah y Teotihuacan



Pirámide del Sol
Teotihuacan, México (Visita virtual)


Gran Pirámide (al centro)
Valle de Gizeh, Egipto (virtual tour)


- La conclusión de la más reciente Edad histórica de predominio de la inteligencia racional sobrevino como resultado de un cataclismo de proporciones mundiales acontecido hace aproximadamente doce mil años antes de Cristo; pero antes de que esto ocurriese las culturas desarrolladas a lo largo de esa Edad alcanzaron profundos conocimientos científicos y tecnológicos que encauzaron para el aprovechamiento de diversas "fuerzas cósmicas". ...
...
Nuestra ciencia comienza a redescubrir el hecho de que la Tierra recibe constantemente del espacio exterior una gran variedad de radiaciones e influencias a los cuales les dan diversos nombres: fuerzas electromagnéticas, rayos cósmicos, partículas subatómicas, etc. Las culturas desarrolladas durante la remota Edad histórica a que nos referimos, lograron construir una serie de "máquinas" extraordinarias por medio de las cuales estaban en posibilidad de captar y aprovechar varias de esas fuerzas provenientes del espacio ...
...
- ¿Que pruebas existen para poder afirmar la existencia de avanzadas culturas tecnológicas en una época tan remota? ...
...
Existen muchas ... pero la más importante la constituyen los numerosos restos, regados por toda la faz de la Tierra, de las "máquinas" construidas por los habitantes de aquel entonces ...
Le mencionaré los restos de tan solo dos de ellas: La Gran Pirámide de Egipto, y la del Sol, en Teotihuacan(69-79)
La mujer dormida debe dar a luz” Ayocuan


Pirámide del Sol
Imagen comparativa con la Gran Pirámide




“... desconfíe siempre de las supuestas ca­sualidades en cualquier cuestión histórica. El hecho de que la Pirámide de Kheops -llamada así en honor del faraón que la restauró- y la del Sol en Teotihuacán, a pesar de las modificaciones que ambas han sufrido, midan prácticamente lo mismo en lo que hace a sus respectivas bases, no pue­de atribuirse a una simple casualidad.*
- Sin embargo, su altura es muy diferente -objeté dé­bilmente- y además una es escalonada y en la otra los muros ascienden sin interrupción desde la base hasta el vértice.
- En ningún momento he dicho que fueran idénticas; sus diferencias se explican por el hecho de que tenían por ob­jeto captar muy distintas "fuerzas cósmicas".”
(72)
* La pirámide de Kheops tiene actualmente 226.50 metros por lado, la del Sol 225 metros, o sea una diferencia de 1.50 metros, que resulta fácilmente explicable atendiendo a las mencionadas restauraciones.
La mujer dormida debe dar a luz” Ayocuan


viernes

Reunión en la cumbre:


Teotihuacan, "el lugar en donde los hombres se convierten en dioses", la misteriosa ciudad erigida en el mismo sitio en que naciera el Quinto Sol, semejaba el abatido cuerpo de un gigante cuyos miembros yacían semisepultados y dispersos. Incontables siglos de olvido y abandono no habían logrado sepultar del todo a la imperial metrópoli. Los restos de sus antiguas edificaciones continuaban siendo insuperable ejemplo de grandiosidad y simetría.




Don Miguel y sus dos jóvenes hijos, tras descender del autobús de segunda clase que les condujera a la zona arqueológica, permanecieron largo rato en silencio, contemplando con la vista fija a la mayor de las pirámides, cuya colosal figura dominaba el paisaje. Después, al percatarse de que aún faltaba un buen rato para que el sol llegase a la mitad de su diario camino, se dirigieron a un cercano puesto de refrescos.
Mientras bebía lentamente su refresco, la mirada de don Miguel se posó en el calendario que colgaba descuidadamente de una de las paredes del local donde se encontraba. La fecha de aquel día aparecía subrayada con lápiz rojo: 21 de marzo de 1948.
Un estremecimiento casi imperceptible, pero que ponía de manifiesto la profunda tensión que le dominaba, se reflejó por unos instantes en el rostro habitualmente inescrutable del Supremo Guardián de la Tradición Náhuatl. Hacía ya más de cuatro siglos que los escasos mexicanos que habían logrado mantenerse en vela mientras el país dormía aguardaban, ansiosos, la llegada de esa fecha. A la memoria de don Miguel acudió el recuerdo de las últimas palabras de su padre, pronunciadas poco antes de su muerte:
—In ilhuitl, tolhuih, tehuatzin tiquittaz, tinemi.
  (El día, nuestro día, tu si lo veras, lo vivirás).

Una vez ingeridos sus refrescos los integrantes del trio se encaminaron en línea recta hacia la Pirámide Mayor, llamada del Sol. Nada en su aspecto exterior revelaba en ellos algo fuera de lo común. Su atavió era el usual entre campesinos de modesta condición que habitan en la región central de la Republica Mexicana. Sin embargo, cualquier atento observador no habría dejado de percatarse del vigoroso dinamismo que los caminantes revelaban en cada uno de sus movimientos. El ritmo de su marcha era semejante al que adquieren, tras de un largo entrenamiento, los integrantes de ejércitos altamente poderosos y disciplinados.
Los abundantes montones de basura, al igual que los desvencijados puestos de comida y baratijas colocados sin orden ni concierto por entre las ruinas, atestiguaban la escasa importancia que los habitantes del país otorgaban a la que fuera antaño ejemplar modelo de ciudad sagrada.
Sin vacilación alguna, don Miguel y sus acompañantes llegaron hasta la base de la escalinata en la fachada principal de la Pirámide del Sol. Ellos eran los auténticos herederos de la última de las grandes culturas surgidas en México y, por tanto, en aquella trascendental ocasión les correspondía efectuar el ascenso por el lugar de honor.



Tras observar el sol y de advertir que éste se encontraba exactamente en el centro del cielo, los tres comenzaron a subir lentamente, uno a uno los peldaños que conducían a lo alto del monumento. Acababan de iniciar su ascenso, cuando percibieron el súbito despertar de la poderosa energía almacenada en la pirámide. Una especie de extraña vibración, cuyos efectos resultaban casi imperceptibles a simple vista, pero de una fuerza tal que iba tornando difícil sostener el equilibrio, comenzó a dejarse sentir en toda la vasta estructura de la milenaria construcción.
Los escasos turistas que en esos momentos se encontraban en lo alto de la pirámide se apresuraban a tratar de bajar lo antes posible, así tuvieran que emplear manos y pies para lograr su empeño. Se escucharon asustadas voces en ingles y algunos gritos femeninos. Al parecer los turistas juzgaban que un terremoto era el causante de aquellas inusitadas vibraciones, que a cada momento iban cobrando mayor intensidad.
Don Miguel sonrió complacido. La rápida reacción de la pirámide constituía una evidencia segura de que en aquellos instantes otros Auténticos Mexicanos ascendían por los cuatro costados de gigantesco monumento, pues tan solo la presencia de seres dotados de un elevado desarrollo espiritual —a los que antaño se denominaba Caballeros Águilas— podía explicar el hecho de que la pirámide hubiese despertado de su letargo de siglos y estuviese pronta a cumplir la elevada misión para la que había sido creada: transmitir a la Tierra las más poderosas energías existentes en el Universo.



El pequeño grupo había cubierto ya más de la mitad de su recorrido hacia la cumbre, cuando las vibraciones incrementaron considerablemente su potencia. Toda la pirámide semejaba una especie de inmensa campana estremeciéndose al impacto de rítmicos y fuertes golpes.
Al proseguir su ascenso, don Miguel se dio cuenta de que la creciente fuerza de las vibraciones estaba convirtiéndose en un obstáculo insuperable para la subida de sus hijos. Estos jadeaban de continuo y sus rostros denotaban el enorme esfuerzo que estaban realizando, Sus contraídas facciones eran idénticas a las de aquellos que escalan una alta montaña y se ven privados del oxígeno necesario para el adecuado funcionamiento de sus pulmones. Con ademanes que ponían de manifiesto la derrota y frustración que les dominaba, interrumpieron simultáneamente su ascenso.
Un sentimiento de profunda angustia se adueño del animo del Supremo Guardián de la Tradición Náhuatl. La posibilidad de llegar a la cúspide y de encontrarse solo en ella le resultaba aterradora, pues si así sucedía, cuatro milenios tendrían que transcurrir para que volviesen a darse condiciones cósmicas tan favorables como las que existían aquel día. Desde lo más profundo de su ser, rogó al cielo que al menos tres de las personas que subían por los otros costados lograsen llegar hasta la cúspide.
La Pirámide del Sol era ahora —igual que en sus mejores tiempos— un firme lazo de comunicación entre el Cosmos y la Tierra. Al comenzar a fluir por su conducto energías llegadas de lo alto, cesaron bruscamente las vibraciones que momentos antes la sacudían. Todo el enorme monumento adquirió de pronto una extraña tensión de indescriptible intensidad. Los pasos de don Miguel se hicieron lentos y pesados. La tensión era de tal grado, que el legitimo sucesor de los constructores de la pirámide llegó a temer le resultase imposible proseguir su avance, pues el espacio mismo parecía haberse transformado en un impenetrable solido.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, don Miguel logro recorrer el último trecho que le separaba de la cumbre. No llego solo, provenientes de las restantes caras de la pirámide arribaron junto con él tres personas más.  Los rostros de los recién llegados revelaban la intensa preocupaci6n que les dominaba. Era evidente que habían padecido por igual al suponer quo nadie más lograría subir hasta aquel sitio.
Sin proferir aún palabra alguna, los cuatro únicos seres sobre la tierra que en estricto derecho podían ostentar el nombre de Mexicanos procedieron a entrecruzar sus brazos y a unir sus manos, Constituyendo así una cadena humana integrada por cuatro diferentes eslabones. Sus facciones no revelaban ya ansiedad alguna, por el contrario, eran la imagen misma de la seguridad y el poderío.
El sol, resplandeciente y vigoroso, figuraba un inmenso depósito de energía cuyo contenido se, estuviese vertiendo a gran prisa sobre los seres que ocupaban la cúspide de la pirámide. Todas las fuerzas que sustentan e impulsan al Cosmos parecían haberse dado cita en aquel pequeño punto del Universo.
En el momento en que la concentración de energía llegó a su máximo, los cuatro integrantes de la cadena humana pronunciaron al unísono, con recio acento, su respectiva palabra: la palabra olmeca, la palabra zapoteca, la palabra maya, la palabra náhuatl.
Un chispazo de poderosa intensidad se produjo por sobre las cuatro cabezas y, al instante, desapareció por complete la anormal tensión que prevalecía en el ambiente, sobreviniendo una calma semejante a la que impera tras de un fuerte ciclón.
Al comprender que habían alcanzado su propósito, los integrantes de la reunión manifestaron en sus semblantes un común sentimiento de satisfacción. Acto seguido, sin intercambiar entre si ningún comentario, empezaron a descender utilizando para ello los diferentes costados del monumento por los que habían llegado.
Mientras se aproximaba al lugar donde le esperaban sus hijos, don Miguel se dio cuenta de que junto a ellos se encontraba otra persona. En vista del escaso tiempo transcurrido a partir del momento en que la pirámide recobrara su cotidiana normalidad, resultaba evidente que aquel sujeto había logrado ascender por ella cuando esta se hallaba en plena actividad, lo cual constituía una hazaña imposible de realizar para cualquiera que no estuviese dotado de facultades fuera de lo común.
Sin apresurar el paso no obstante su creciente curiosidad, el Supremo Guardián de la Tradición Náhuatl observó con reconcentrada atención al inesperado visitante, advirtiendo de inmediato, para colmo de su sorpresa, que no se trataba de un indio: su aspecto físico dejaba ver que pertenecía al nuevo tipo de población que comenzara a surgir en el país cuatro siglos atrás, a resultas de la fusión entre los antiguos habitantes de México y los extranjeros llegados allende el mar.
Los hijos de don Miguel le aguardaban con miradas en las que se leía el desconcierto que les causaba la presencia del extraño, del cual se mantenían deliberadamente aparte, evidenciando así su voluntad de no establecer con el ninguna clase de comunicación.
—Buenos días —saludo el desconocido.
Don Miguel no contesto al saludo, concretándose durante un buen rato en escudriñar con penetrante mirada a la persona que tenia ante si. Se trataba de un hombre joven, poseedor de recia y bien proporcionada figura. En su ovalado rostro resaltaban una nariz aguileña y una mirada que desbordaba curiosidad y entusiasmo. Todas sus facciones denotaban firmeza, pero había algo en ellas que hacia pensar en un trabajo aún no del todo terminado.
—¿Quien es usted? —inquirió don Miguel con acento cortante.
—Soy Uriel —respondió el interrogado, poniendo tal énfasis en la pronunciación de su nombre, que al parecer consideraba que este contenía en si mismo todas las respuestas a las posibles preguntas que sobre su persona pudieran formularle.
—¿Y que es lo que quiere? —interrogó el Depositario de la Cultura Náhuatl.
Las pupilas de don Miguel reflejaron el destello de un relámpago, producto de su asombro. En lo más profundo de su ser comprendió lo que estaba ocurriendo: era el hijo que se presentaba a exigir la herencia que le correspondía. En muchas ocasiones, al advertir el constante incremento de los nuevos habitantes del país, se había preguntado cuanto tiempo faltaría para que alguno de ellos intentase convertirse en un Autentico Mexicano, pero siempre había rechazado la idea de que semejante posibilidad estuviera próxima a cumplirse, estimando que la población no indígena era aun demasiado atolondrada e inmadura. Al percatarse de que había estado equivocado, afirmo con resignado acento:
—¡Sígame!
El interpelado no espero a que le repitiesen dos veces la invitación y de inmediato se unió a la comitiva de don Miguel Al tiempo que descendían por la empinada escalinata, comenzó a formular una retahíla de interrogaciones.
-¿Oiga, que fue realmente lo que ocurrió allá arriba? ¿Como pudieron lograr que se concentrase toda esa energía? ¿Hacia donde la mandaron?
La catarata de preguntas molestó al Supremo Guardián de la Tradición Náhuatl, pues le hizo ver que aquel joven era igual de ignorante que la inmensa mayoría de los habitantes del país, y que por tanto, no sabía nada sobre el funcionamiento de las pirámides y menos aún sobre la enorme trascendencia de ese día. Durante un primer momento optó por guardar silencio, pero luego, al comprender que eran causas muy superiores a su simple voluntad las que habían determinado que tuviese a su cargo la difícil tarea de intentar hacer de ese sujeto un Autentico Mexicano, decidió comenzar dicha labor cuanto antes. No queriendo dar la apariencia de haber accedido a contestar lo que se le preguntaba, don Miguel dirigió primero una amplia mirada a las derruidas construcciones de la ciudad sagrada, y luego, como si hablase más bien con sus invisibles moradores, afirmo con solemne acento:
—El mismo aliento que engendró, que dio sustento al último de los Emperadores, ha descendido otra vez sobre la tierra. El día de hoy ha nacido, una vez más, nuestro señor Cuauhtémoc.


Tomado de “REGINA: Dos de Octubre no se olvida”
Capítulo I: El aguador derrama su cántaro
Antonio Velasco Piña


Teotihuacan
 Guía de ascensión sagrada
clic aquí


Del laberinto de la dualidad, a la Unidad



martes

El Potala, máquina sagrada iniciática






El Potala es como una ciudad que se basta a sí misma y edificada sobre un pequeño monte. Allí se realizan todos los asuntos eclesiásticos y seglares del Tíbet. Este edificio, o grupo de edificios, es el vivo corazón del país, el foco de todas las esperanzas y de todos los pensamientos. Dentro de estos muros hay inmensos tesoros, bloques de oro, sacos y más sacos de piedras preciosas y obras de arte de las épocas más antiguas.

Los edificios actuales sólo cuentan unos trescientos cincuenta años, pero fueron construidos sobre los cimientos de un antiguo palacio. Por entonces había una fortaleza en la cumbre de la montaña. A gran profundidad de esta pequeña montaña, que es de origen volcánico, hay una enorme cueva de la que salen varios pasadizos y al final de uno de ellos se llega a un lago. Sólo unos cuantos, personas muy privilegiadas, han podido entrar allí o conocen su existencia.


ÚLTIMA INICIACIÓN. 
Después de haber asistido en varias lamaserías a una media docena de embalsamamientos, me envió a  buscar el Abad de Chakpon. 
—Amigo mío —me dijo—, por orden directa del Dalai Lama serás iniciado como abad. Como has solicitado, te seguirán llamando «lama», como Mingyar Dondup. Me limito a transmitirte el mensaje del Más Profundo. 
Así, en mi calidad de Encarnación Reconocida, tenía de nuevo el status conque abandoné la Tierra unos seiscientos años antes. La Rueda de la Vida había dado una vuelta completa.
Poco después entró en mi habitación un lama anciano y me dijo que debía someterme a la Ceremonia de la  Muerte Pequeña
—Porque sabrás, hijo mío —añadió—, que hasta que hayas pasado por la Puerta de la Muerte y hayas regresado, no podrás saber de verdad que no hay muerte. Tus estudios en el viaje astral te han llevado muy lejos, pero esa nueva experiencia te hará conocer zonas mucho más distantes, más allá de toda conexión con esta vida y penetrarás en el pasado de nuestro país.
El adiestramiento preparatorio era muy difícil y largo. Durante tres meses administraron rigurosamente mi vida. 
Unos platos especiales hechos con hierbas de sabor horrible fueron añadidos a mi menú diario. Me insistían en que fijase sólo mis pensamientos en lo puro y santo. ¡Como si hubiera mucho donde elegir en una lamasería! 
Incluso la tsampa y el té me eran racionados. Una austeridad rígida, una disciplina aún más estricta y muchas horas de meditación; ésta fue mi vida durante aquellos meses. 
Por fin, al cabo de ese tiempo, decidieron los astrólogos que había llegado la hora, pues todos los presagios eran favorables. Pasé veinticuatro horas ayunando hasta que me sentí tan vacío como el tambor de un templo.
Luego me condujeron por los pasadizos secretos que hay debajo del Potala.  Descendíamos sin cesar, alumbrados por las antorchas que llevaban los otros, pues yo no podía tener nada en mis manos. Eran los mismos corredores interminables por donde había pasado ya. Por fin llegamos al final y nos encontramos frente a un muro de roca. Entonces giró una entrada secreta y se nos abrió otro pasadizo aún  más oscuro y estrecho que olía a aire viciado, incienso y especias. Varios metros más allá nos vimos detenidos por una enorme puerta cubierta de oro que se fue abriendo lentamente, mientras parecía protestar con unos crujidos, que producían repetidos ecos a una gran distancia. Apagaron las antorchas y encendieron las  lámparas. Entramos entonces en un templo oculto en un gran espacio abierto en las rocas por la acción volcánica hacía muchísimo tiempo. Estos pasadizos habían conducido en tiempos lava derretida. Ahora unos diminutos seres humanos pasaban por allí creyendo que eran dioses. En fin, me dije que debía concentrarme en la tarea que me esperaba, ya que estaba en el Templo de la Sabiduría Secreta. 
Me conducían tres abades. El resto del séquito lamástico había desaparecido en la oscuridad, como se disuelven los recuerdos de un sueño. 
Los tres abades, de una edad mu y avanzada, estaban ya como disecados por los años y veían alegremente  que se les acercaba la hora de ser llamados a los Campos Celestiales. Aquellos  tres ancianos, que eran probablemente los metafísicos más grandes de todo el mundo, estaban dispuestos a iniciarme en los últimos misterios. Cada uno de ellos llevaba en la mano derecha una lámpara y en la izquierda una gruesa barra de  incienso encendida. 
Hacía un frío muy intenso, un extraño frío que no parecía de este mundo
El silencio era profundo y los débiles sonidos que se percibían sólo servían para acentuar aún más ese ominoso silencio. Nuestras botas de fieltro no dejaban huellas; parecíamos fantasmas deslizándonos. Las túnicas de brocado de color de azafrán de los abades producían un leve roce. Horrorizado, sentía cosquillas y sacudidas. Me relucían las manos como si me hubieran añadido una nueva aura. Vi que los abades también relucían. Y que la extremada sequedad de aquella atmósfera y la fricción de nuestras telas habían engendrado  una carga estática de electricidad. Un abad me entregó una varilla de oro y murmuró: 
—Ten esta varilla en la mano izquierda y pásala por la pared conforme vayas andando. Así no sentirás  molestia alguna. 
Seguí sus instrucciones, pero recibí una descarga de electricidad que casi me hizo dar un salto. Poco después  ya no sentí ninguna molestia. 
Una tras otra se fueron encendiendo las lamparillas. Era como si se encendiesen solas, pues no vi que nadie lo hiciera. Al aumentar la temblona luz amarillenta, vi unas gigantescas figuras cubiertas de oro, algunas de ellas medio enterradas en montones de piedras preciosas. Un Buda emergía de las tinieblas tan enorme que la luz no le llegaba más arriba de la cintura. 
También fueron apareciendo otras formas confusamente: imágenes de diablos, representaciones de los deseos  y de las pruebas que ha de sufrir el hombre antes de lograr convertirse en sí mismo. 
Nos acercamos a un muro sobre el cual aparecía pintada una Rueda de la Vida de cerca de cinco metros de diámetro. La vacilante luz la hacía parecer como si girase y también daban vueltas mis sentidos al ver aquello. 
Seguimos avanzando hasta que creí inevitable que tropezásemos con la pared de roca. El Abad que me conducía desapareció y lo que me parecía una oscura pared era en realidad una puerta oculta. Por allí se entraba a un camino que descendía continuamente: un empinado y estrecho camino, muy tortuoso, cuya oscuridad se intensificaba aún más por contraste con la débil luz de las lámparas que llevaban los abades. Seguíamos caminando a tropezones y resbalábamos con frecuencia. El aire era casi irrespirable y yo tenía la impresión de que todo el peso de la tierra presionaba sobre nosotros. Era como si estuviésemos penetrando en  el corazón del mundo. Después de doblar un último recodo del tortuoso pasadizo, se abrió ante nuestros ojos  una caverna de roca veteada de oro. Una capa de roca, una capa de oro, una capa de roca, y así sucesivamente. A enorme altura brillaba el oro como estrellas en una noche tenebrosa y la tenue luz de nuestras lámparas producía allá arriba vivos reflejos.
En el centro de la caverna había una casa negra  y brillante, como hecha de ébano pulimentado. Por sus paredes se veían extraños símbolos y diagramas como los que yo había visto en los muros del túnel del lago. Nos dirigimos hacia la casa y penetramos por una puerta muy alta y ancha. Dentro había tres ataúdes de piedra negra con curiosas inscripciones y grabados. 
No tenían tapas. Miré dentro y al ver su contenido contuve la respiración y estuve a punto de desmayarme. 
—Míralos, hijo mío —exclamó el Abad que nos dirigía—. Eran dioses de nuestro país en los tiempos anteriores  a la «llegada de las montañas». 
Recorrieron el Tíbet cuando los mares bañaban nuestras costas y cuando en el cielo había estrellas diferentes. Míralos, hijo mío, porque solamente los iniciados han podido verlos. Volví a mirar, fascinado. Tres figuras de oro desnudas yacían ante nosotros:  dos hombres y una mujer. En el oro estaban reproducidos con absoluta fidelidad todos los detalles del cuerpo  humano. Pero ¡qué tamaño! La mujer tendría unos tres metros de longitud allí tendida, y el mayor de los dos hombres no tendría menos de cuatro metros y medio. Eran de cabezas grandes y algo cónicas por arriba, de mandíbulas estrechas y con una boca pequeña y de labios finos, de nariz larga y fina, ojos rectos —no oblicuos, como los de los orientales— y muy hundidos. En nada parecían estar muertos. Eran como seres humanos que durmiesen. Nos movíamos con muchísimo cuidado y hablábamos en voz extremadamente baja, temiendo despertarlos.
Vi a un lado la tapa de uno de los ataúdes; en ella aparecía grabado un mapa del firmamento, pero las estrellas  tenían un aspecto rarísimo. Mis estudios de astrología me habían familiarizado con el aspecto del cielo nocturno y lo que estaba viendo era completamente distinto. 
El decano de los abades se volvió hacia mí y me explicó: 
—Estás a punto de convertirte en Iniciado y con ello podrás ver el Pasado y el Futuro. Pero tendrás que hacer un gran esfuerzo final. A muchos les ha costado la vida y otros muchos han tenido que abandonar la tarea. 
Pero nadie puede salir de aquí vivo si no triunfa. ¿Estás preparado? Y ¿deseas verdaderamente someterte a la  gran prueba final? 
Dije que estaba dispuesto y con gran deseo de hacerlo. Entonces me condujeron a una losa de piedra situada entre dos de los sepulcros. Obedeciendo sus indicaciones me senté en la actitud del loto con las piernas cruzadas, el torso erguido y las palmas de las manos hacia arriba. Encendieron cuatro barras de incienso, una por cada sepulcro y la cuarta para mi losa. Los abades tomaron cada uno una lámpara y se marcharon en fila. Al cerrarse la pesada puerta negra me quedé solo con los tres  dioses antiquísimos. Pasaba el tiempo mientras yo meditaba sentado en mi losa de piedra. La lámpara que me habían dejado chisporroteaba y acabó apagándose. Durante unos momentos siguió rojizo el pabilo y sentí un olor de tela quemada, y luego también este punto luminoso se apagó. 
Me tumbé de espaldas en mi losa e hice los ejercicios especiales de respiración que me habían enseñado durante tantos años. Las tinieblas y el silencio eran oprimentes. Bien se puede decir que era el silencio de la  tumba. 
De pronto se puso mi cuerpo rígido, cataléptico. Los miembros se me fueron durmiendo y los invadió poco a poco un frío helado. Tenía la sensación de estarme muriendo. Sí, muriéndome en aquella tumba de hacía tantos siglos. A más de ciento treinta metros bajo la superficie. Sentí una violenta sacudida en el interior de mi  cuerpo y la impresión inaudita de un extraño roce y crujidos como si estuvieran desdoblando y desenrollando cuero muy viejo. Paulatinamente fue llenándose la tumba de una luminosidad azul pálida como la de la luz de  la Luna en un alto desfiladero. Sentí como un balanceo, un movimiento de elevación y descenso. Por unos instantes pude imaginarme que me hallaba volando una vez más en una cometa o tirando de ella desde abajo  y que subía y bajaba por la fuerza del aire. Entonces comprendí que efectivamente estaba flotando por encima  de mi cuerpo carnal. Y precisamente cuando pude darme cuenta de lo que me ocurría, empecé a moverme  inconfundiblemente: ascendía como una nubecilla de humo. Por encima de mí veía una deslumbrante claridad, algo así como una taza de oro iluminada por dentro. De mi cintura colgaba un cordón de Plata azulada que  latía y relucía lleno de vitalidad. Miré hacia abajo y vi mi cuerpo tendido. Yacía como un cadáver más. 
Aparte del tamaño y del oro, poca diferencia había entre mi cuerpo y los de los tres dioses que tenía junto a mí. Era una experiencia absorbente. Pensé en las mezquinas preocupaciones de la humanidad actual y me  pregunté cómo podrían explicarse los materialistas la presencia de estas inmensas figuras. 
Pero de pronto me di cuenta de que algo obstaculizaba mis pensamientos. 
Tenía la sensación de no estar ya solo. Me llegaban trozos de conversación y fragmentos de pensamientos ajenos. Por mi visión mental empezaban a pasar como fulgurantes ramalazos ciertas imágenes. A gran distancia, alguien parecía estar tocando una enorme campana de profundos tonos. 
Este sonido se fue acercando rápidamente hasta que por fin fue como si estallara dentro de mi cabeza y vi gotitas de luz de colores y ráfagas de matices desconocidos hasta entonces para mí. Mi cuerpo astral era  arrastrado de un lado para otro como una hoja por un vendaval. Sentí unas punzadas de dolor como si me pincharan con hierro al rojo vivo. Me sentía solo, abandonado, una insignificante partícula de un implacable  universo. Descendió hacia mí una densa capa de niebla y con ella me envolvió una calma que no era de este mundo. 
Poco a poco se desvanecieron las tinieblas que me envolvían. No sé de dónde me llegaba el rugir del mar y el silbante ruido de los guijarros al ser arrastrados por las olas. Aspiraba el aire salino y percibía perfectamente el  olor penetrante de las algas. Era una escena familiar: me tumbé boca arriba sobre la cálida arena y estuve contemplando las copas de las palmeras. Pero algo había en mí que seguía recordándome que nunca había visto el mar y que ni siquiera había oído nunca hablar de las palmeras. De un cercano bosquecillo me llegaban unas voces rientes, voces cada vez más fuertes, porque eran las de un feliz grupo de personas muy  bronceadas por el sol que se me acercaban. ¡Gigantes! ¡Todos ellos eran gigantess!. Miré hacia abajo y vi que también yo era un gigante. Las impresiones se acumulaban en mi campo de percepción astral: hace innumerables siglos la Tierra giraba más cerca del Sol y en la dirección contraria a la de ahora. Los días eran más breves y más cálidos. Surgieron formidables civilizaciones y los hombres sabían más que ahora. De los espacios celestiales llegó un planeta errante, que chocó con la Tierra. Y la Tierra salió de su órbita y empezó a  girar en la dirección contraria. Se levantaron los vientos que agitaron las aguas, las cuales inundaron la Tierra y hubo diluvios universales. Espantosos terremotos sacudieron el mundo. Unos países se sumergieron y otros emergieron. Las tierras cálidas y agradables que constituían el Tíbet perdieron sus magníficas playas y se elevaron, como disparadas, a un promedio de tres mil metros sobre el nivel del mar. Y sobre este territorio crecieron inmensas montañas que escupían ardiente lava. En las zonas más altas siguió floreciendo la fauna y  la flora de aquel mundo desaparecido, pero éste es un tema que sobrepasa los límites de un libro, y una parte de mi «iniciación astral» es demasiado secreta y sagrada para que me atreva a publicarla. 
Poco tiempo después sentí que las visiones se iban oscureciendo y borrando.
Gradualmente fui perdiendo la consciencia astral y la física. Más tarde experimenté la desagradable sensación del frío, pero se trataba ya de un frío normal, de un frío de este mundo, el que puede sentirse cuando se lleva mucho tiempo tendido sobre una losa bajo la helada oscuridad de una bóveda. En mi cerebro oía estos pensamientos: —Sí, ya ha vuelto a nosotros. ¡Vamos en seguida!  Pasaron unos minutos y vi que se iluminaba débilmente la tumba. 
Eran las lámparas de los tres viejísimos abades.  —Te has portado muy bien, hijo mío —me dijo el que los dirigía—. 
Te has pasado aquí tres días. Ahora ya lo sabes todo. Has muerto y has vivido.  Con gran dificultad me incorporé y logré por fin ponerme en pie. Me tambaleaba de debilidad y hambre. Salimos de esta cámara funeraria que nunca habría de olvidar y respiramos por fin el aire más puro de los otros  pasadizos. Sentía un hambre extremada, y entre ella y las portentosas experiencias que había vivido, estaba a punto de desmayarme. Pero tardé poco en comer y beber hasta hartarme y aquella noche cuando me acosté  tuve la convicción de que pronto debería abandonar el Tíbet y marchar a países extranjeros como estaba predicho. A los países que se me figuraban entonces tan extraños. ¡Ahora puedo decir que eran y son mucho  más extraños de lo que pude imaginar!

"El tercer ojo"; Capítulo Decimoséptimo. Última Iniciación: Lobsang Rampa


.:.



















El Potala, Teotihuacan, Gizah, algunas de las principales maquinas sagradaspuntas sagradas donde por medio de las cámaras Ge, los cuerpos de Luz - Ka - de Buda, de Quetzalcoatl, de Atum-Ra, en fin de los maestros de Luz de nivel crístico de todas las tradiciones sagradas pueden traerse de regreso a la Tierra.



“... entenderán una vez más, por que los antepasados consideraban la pirámide como el portal hacia las estrellas y como la forma a través de la cual las inteligencias estelares vienen a servir a la creación humana. Una vez más el hombre entenderá como las geometrías de la pirámide conjugan el espacio, el tiempo y la materia para formar el foco ideal para la transmisión de energía estelar.”

Las claves de Enoc; J. J. Hurtak , Clave 104:8


... Cristo fue traído al planeta en Teotihuacan mientras su cuerpo físico nació en Palestina. Su cuerpo de luz -ka- fue implantado en Teotihuacan donde muchosrepresentantes estelares podían trabajar con el mientras entretejía las nueve dimensiones en el campo planetario. De hecho Cristo apareció en cada una de las nueve dimensiones de la Tierra; su implantación en México tenía la forma de la octava dimensión, el aspecto que trabaja en las dimensiones galácticas. ... 
El reino telúrico 2D conecta a 3D con el cristal de hierro en el templo de cinco cámaras que hay bajo la pirámide del Sol -construido originalmente en 23614 a.C. A esta cámara/cueva se le llama 'Ge' y corresponde a la cámara subterranea de la Grán Pirámide de Egipto. ... 
Para todo el hemisferio occidental el eje vertical de las nueve dimensiones comienza en 'Ge', en la cámara debajo de Teotihuacan; dentro de estas cámaras se adaptan el tiempo y el espacio lineal. Los guardianes arquetípicos 4D se reunen en el centro de estas cuevas y las cinco dimensiones superiores están focalizadas en el centro de la Pirámide del Sol ... 
“Cosmología Pleyadiana”: Barbara Hand Clow



sábado

Las fases de Teotihuacan:

“¿Que es realmente Teotihuacan y quienes y cuando lo construyeron?
... el Guardián de la tradición olmeca expresó:
- Teotihuacan es al mismo tiempo un templo, una universidad, un instrumento musical y una maquinaria de manejo de energías cósmicas ...
... la ciudad fue edificada por gigantes hace muchos miles de años ... en una época inmemorial.
... despues de un largo periodo de explendor la ciudad decayó y fue abandonada ...
... Alrededor del año 1,000 antes de Cristo se inicia la segunda época de Teotihuacan, esta es la época que conocen parcialmente los arqueólogos y que equivocadamente consideran como la totalidad de la historia de la ciudad que llevaría con el tiempo a otra época de grán explendor.
... ¿ Y quien inició la restauración? ...
Los mismos que estamos intentando hacerlo ahora. Los olmecas.
En esa época, tal como ocurre en nuestros tiempos, las condiciones eran propicias para la reactivación del chakra de México y la consiguiente creación de cuatro nuevas culturas. La primera de ellas fue la olmeca y sus integrantes se dieron a la tarea de limpiar y echar a funcionar muchos centros sagrados que llevaban muchos siglos de estar inactivos. Uno de los más importantes era y es Teotihuacan.
... en su primera fase, la olmeca, se puso un especial énfasis en sus funciones de templo, convirtiéndolo en un santuario supersagrado.
¿Eso quiere decir que hubo varias fases en esa restauración que se inició hace tres mil años? ...
Por supuesto fueron cuatro. La segunda estuvo a cargo de los mayas. Ellos prestaron una particular atención a todo lo que tiene que ver con los aspectos de universidad...
... El centro ceremonial es también una especie de gigantesca biblioteca que contiene miles de datos en las proporciones, dimensiones y relaciones de cada uno de sus edificios. Hay de todo, complicadísimos modelos matemáticos, reproducciones a escala de constelaciones, precisas indicaciones sobre las órbitas de los planetas ... sistemas para efectuar cálculos sobre todo lo habido y por haber, especialmente sobre los ciclos de los astros. ...





Mapa Maya del tiempo del sistema solar (Hugh Harleston)


... - La tercera fase fue la zapoteca, ... se centraron en desarrollar al máximo las posibilidades que posee ese centro sagrado como instrumento musical. Y así como los mayas consiguieron que cada piedra de Teotihuacan contuviese un mensaje de profunda sabiduría, los zapotecas lograron, con su sentido de amor y de la armonía, integrar de tal forma las distintas construcciones que éstas entonaban de continuo una perfecta sinfonía.
... - Todo lo que existe está vibrando y emitiendo sonidos ... escucharlos ... requiere ... entrenamiento.
... La cuarta y última fase es la náhuatl. Es la más conocida por ser entonces cuando Teotihuacan alcanza su máximo explendor.
-¿Cuanto tiempo abarca esta fase? ...
- Más de mil años, va del siglo quinto antes de Cristo al octavo de nuestra era. Es entonces cuando puede hablarse propiamente de una grán ciudad, pues se convierte en la capital imperial de lo que fué el primer Imperio Tolteca.
- Los náhuas transformaron a Teotihuacan en una especie de increible maquinaria capaz de captar y aprovechar, para beneficio no solo de la humanidad sino del planeta mismo, las más poderosas energías cósmicas.
...
... se necesitaba proceder a restaurar la Pirámide del Sol. Maniobrando muy olmecamente, desde el anonimato y el silencio, ...
... que es lo que puede hacerse para dar comienzo al despertar de todo esto?... los que en realidad harán el trabajo son los Guardianes de otros tiempos. ...”
...
“Las múltiples labores que aún faltan por realizar para que Teotihuacan recupere plenamente sus funciones de templo llevarán muchos años, ... . Se trata de un centro sagrado en extremo complejo, poseedor de múltiples secretos que habrá que ir desentrañando poco a poco(67)

Extractado de “El despertar de Teotihuacan”: Antonio Velasco Piña

domingo

El despertar de Teotihuacan:

... Al iniciarse la nueva Era, se produciría por unos instantes una especialísima concentración de energías en la Pirámide del Sol, si estas energías eran adecuadamente canalizadas propiciarían que retornase a México su legítimo gobernante ...
...
... se deseaba aprovechar la descarga de energías que se produciría al llegar la Nueva Era, se necesitaba proceder a restaurar la Pirámide del Sol ...” (15)
...
... Lo que trataron de hacer y afortunadamente lo consiguieron, fue dejar lista la pirámide para que funcionase unos cuantos minutos el 21 de Marzo de 1948 (fecha del nacimiento de Regina). Algo así como tomar un motor descompúesto sabiendo que le va a caer un rayo y hacer los ajustes necesarios para que la descarga lo eche a andar unos instantes. ...” (16)


...
... se dieron excepcionales circunstancias de orden cósmico que facilitaron el que se pudiesen operar momentáneamente las pirámides, pero fue algo del todo transitorio, de ninguna manera significó que ya se hubiesen logrado echar a andar en forma permanente, ...” (19)
...
Una energía de incalculable poderío permanecía adormecida e inmóvil en aquel sitio. ...” (23)
...
- Este es el corazón de la pirámide - afirmó con voz queda y reverente ... de aquel recinto subterráneo emanaban poderosas fuerzas telúricas provenientes del centro de la tierra.(30-31)

El 21 de Junio de 1968 (durante el lapso de seis meses en que derivado del trabajo realizado por Regina, los cuatro guardianes, y los guardianes de otros tiempos, la pirámide de la Luna permaneció activa rompiendo la ensoñación de la humanidad), Regina regresa a Teotihuacan y penetra en el corazón de la pirámide del Sol.
En el silencio del templo subterráneo, la reina de México realiza en cada una de las cuatro cámaras de la cueva, movimientos que conectan con el espíritu del elemento correspondiente (agua, tierra, aire y fuego).




“El misterio de las pirámides mexicanas”: Peter Tompkins (336)

... Convocados por el impecable silencio de Regina entraron en acción los Guardianes de otros tiempos, los seres de luz que en otras épocas ya olvidadas propiciaron la creación de una indestructible herencia espiritual en favor de México ...
Una oleada de vivificante calor recorrió hasta el último rincón de la caverna, convirtiéndola en un centro de irradiación de sutiles y misteriosas energías. ...
-El corazón de la pirámide está envuelto en llamas.
... La llama ha sido encendida
(33)

Corazón de la pirámide del Sol
“El misterio de las pirámides mexicanas: Peter Tompkins


... Teotihuacan ... una especie de increíble maquinaria capaz de captar y aprovechar, para beneficio no solo de la humanidad sino del planeta mismo, las más poderosas energías cósmicas. (13)
...
... es un centro sagrado para toda la humanidad y no para el exclusivo beneficio de un credo específico o de una determinada etnia. (53)
...
... en México existen muchísimos centros que se consideran sagrados ...
... la mayor parte de esos centros jamas han dejado de funcionar, siguen en plena actividad pues México está dormido pero no muerto” (38)

Extractado de “El despertar de Teotihuacan”: Antonio Velasco Piña